Nunca me gustaron mis dientes, sobre todo las paletas. Siempre me parecieron más grandes de lo normal. No sé si lo eran realmente o si simplemente yo las veía enormes porque era lo que los demás se encargaban de recordarme cada vez que abría la boca. Desde que empecé la primaria, hubo burlas, risas disimuladas, comentarios feos… nunca faltaba alguien que me imitara como si fuera un castor o Bugs Bunny. Lo peor era que yo sí me lo creía. Sentía que era rara, y eso me dolía mucho más que cualquier otra cosa.
No me costaba estudiar. Me gustaba leer, era tranquila… pero cada vez que me reía, hablaba en público o que salía en una foto, me tapaba la boca para que no se me toasen mis dientes. No tenía caries, no tenía los dientes torcidos, no tenía problemas graves… pero igual sentía que algo estaba mal conmigo.
Y eso empezó a pesarme demasiado.
El bullying no siempre deja moretones, pero deja marcas
El acoso escolar no es solo que te empujen o te insulten. A veces es más sutil, a veces te destruyen con una risa o con una mirada. A mí me pasó muchas veces.
Hubo una época en la que me daba miedo participar en clase. Sabía que, si levantaba la mano o decía algo, alguien iba a encontrar la manera de reírse de mí. De mis dientes, de mi forma de hablar, de mi sonrisa… y me volví insegura. Dejé de sonreír como antes, evitaba salir en las fotos del colegio y me escondía.
No quiero exagerar. No me rompieron un diente ni me pegaron, pero me rompieron otra cosa: la confianza. Esa que una debería tener de niña, que te permite ser tú misma sin pensar si gustas o no, si encajas o no. A mí me costó mucho recuperarla. Y todo empezó por dos dientes que, en teoría, no eran un problema médico. Pero sí lo fueron para mí…
Lo que dicen los adultos y lo que una siente
Mis padres siempre me decían que no hiciera caso, que los niños podían ser muy crueles y que con el tiempo cambiarían. Que mis dientes estaban bie, que no era para tanto. Pero para mí sí lo era, y no porque quisiera ser perfecta, sino porque no entendía por qué algo tan pequeño podía convertirse en motivo de burla.
Mis padres me llevaban al dentista de forma regular, y todos me decían que tenía los dientes sanos. Pero yo no buscaba salud, quería que no llamaran la atención. Que fuesen normales.
Desde la Clínica Dental Lozano y López, clínica dental en Brenes y Villaverde se remonta al año 1986 y que cuenta con gran experiencia en este tratamiento, me explicaron que era un procedimiento muy sencillo, pensado para corregir pequeños detalles en la forma del diente. Nada invasivo, nada que doliese, solo un ligero limado, como quien lima una uña. Y que en mi caso, mis dientes delanteros, que eran un poco más largos, podían suavizarse para que armonizasen con los demás.
Así de simple. Era justo lo que buscaba…
Qué es el contorneado dental
Lo que hace el dentista es pulir el diente. Lo lima con una herramienta especial, como si lo esculpiera. No hace falta anestesia, no duele y no es algo agresivo ni arriesgado. Solo se quita una capa muy fina del esmalte, lo justo para que el diente se vea más parejo o más corto si sobresale demasiado.
En algunos casos se combina con otro tratamiento llamado “bonding”, que consiste en aplicar resina para rellenar o alargar partes desgastadas. En mi caso, bastó con limar: un contorneado sencillo, solo en las paletas, para que no destacasen tanto.
El resultado fue inmediato. Me miré al espejo y, por primera vez, me vi diferente. No mejor, diferente. Como si, de pronto, me hubieran quitado de encima esa inseguridad que llevaba arrastrando desde pequeña.
¿Para quién es ideal?
No es un tratamiento para todo el mundo. No sirve para corregir dientes torcidos, ni problemas de mordida, ni dientes muy desgastados. Es para casos concretos. Para quienes tienen una pequeña asimetría, una esquina demasiado afilada, un diente más largo que otro. Es más bien un ajuste estético, pero a veces lo estético también importa. No por querer parecer famosa, sino porque hay detalles que duelen cuando los ves todos los días en el espejo y sientes que no puedes hacer nada.
A mí me ayudó muchísimo. No me cambió la cara, no me convertí en otra persona. Pero me liberó de un complejo que había cargado durante años. Dejé de esconder la sonrisa. Empecé a salir en las fotos sin agobios, ahablar con más soltura, a dejar de esconderme.
Y eso, para mí, fue enorme.
Aprender a no darles tanto poder
Con los años he comprendido algo que quizá debería haber entendido mucho antes: que el problema nunca fueron mis dientes.
El problema era el daño que me hacían los comentarios, y lo poco que yo misma me protegía de ellos. El contorneado dental fue una solución estética, sí, pero también fue una forma de recuperar el control sobre mi imagen… aunque ahora, más adulta, me doy cuenta de que el cambio de verdad tenía que ser interno. Tendría que haber aprendido a no darles tanto poder, a quererme tal como era, pero no siempre es tan fácil.
Hay personas que aguantan mejor, que se ríen de sí mismas, que no se dejan afectar. Yo no era así. Yo sufría, me dolía, y si ese tratamiento tan simple me sirvió para soltar un poco ese peso, entonces no me arrepiento. Pero me habría gustado tener más herramientas para no depender de eso y para defenderme mejor, para entender que nadie tiene derecho a señalarte ni a humillarte por cómo eres.
¿Merece la pena?
Sí, merece la pena si es algo que te afecta de verdad. No se trata de cambiar por capricho ni por lo que digan los demás. Pero si hay un detalle que te molesta y existe una forma sencilla de mejorarlo sin dañar tu salud, ¿por qué no hacerlo?
El contorneado dental es rápido, económico y, si se hace bien, no tiene efectos negativos. En mi caso duró menos de media hora. No sangré, no me dolió, no tuve que tomar medicinas ni evitar alimentos. Salí del dentista con una sonrisa nueva. Y no exagero.
Eso sí, tiene que hacerlo alguien profesional. No todos los dentistas tienen buen ojo estético. Algunos son muy técnicos, pero no se fijan en los detalles visuales. Yo tuve suerte. Mi odontóloga supo entender lo que me molestaba y lo resolvió sin pasarse. Porque tampoco se trata de limar por limar. Si se hace mal, se puede dañar el esmalte. Por eso es fundamental consultar primero, pedir opinión, y asegurarse de que es realmente necesario.
Estrategias claras para superar el bullying sin perderte a ti mismo
- Habla con alguien en quien confíes, aunque creas que no te entenderá. El silencio solo te aísla más.
- No normalices el daño: si algo te duele, importa.
- Rodéate de personas que te respeten y te hagan sentir segura.
- Haz actividades que te den confianza, como deporte, arte o voluntariado.
- No creas todo lo que dicen de ti: su crueldad no define tu valor.
- Busca ayuda profesional si lo necesitas, sin vergüenza.
- Recuerda que lo que hoy duele, mañana puede no tener poder sobre ti.
No era solo por los dientes
El acoso que sufrí no fue solo por mis dientes. A veces era por cómo vestía, por cómo hablaba, por cualquier tontería, pero los dientes fueron mi punto débil, mi complejo. Y aunque ahora lo miro con otra perspectiva, me sigue dando rabia haber tenido que arrastrarlo tantos años como si fuese una vergüenza.
No todo el mundo entiende lo que se siente al vivir con un complejo físico que los demás usan para hacerte daño. Y no todo el mundo tiene las mismas herramientas para afrontarlo. A mí el contorneado dental me ayudó. Pero también me ayudaron mis padres, aunque no siempre supieran qué decir. Me ayudó esa odontóloga que me explicó las cosas sin juzgar. Me ayudaron los años, el tiempo, la distancia.
Y, sobre todo, me ayudó poder hablarlo sin sentir culpa.
Ahora sonrío sin miedo
Hoy sonrío sin miedo. No porque tenga unos dientes perfectos. No los tengo. Pero ya no siento que mis paletas me delaten ni que sean el centro de atención. Me siento tranquila. Más libre. Puedo decir que estoy contenta con mi sonrisa. Y eso, para alguien que pasó años escondiéndola, es muchísimo.
A veces me pregunto si no tendría que haber aprendido antes a ignorar los comentarios. A no darles importancia. A confiar más en mí. Pero bueno, también forma parte del aprendizaje. Algunas heridas se curan con el tiempo, otras con palabras, y otras con decisiones pequeñas que parecen insignificantes y te cambian la vida. Para mí, el contorneado dental fue una de esas decisiones.
No lo necesitaba para vivir. Pero sí lo necesitaba para recuperar algo que otros me habían quitado. Y por eso, para mí, mereció completamente la pena.