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Trasplante capilar en España: ya no hace falta coger el avión

Son cosas que ocurren en la vida. En mi caso desde que era adolescente. Yo siempre he tenido una obsesión: mi pelo. O mejor dicho, la pérdida que tenía, y cada año más. La verdad es que las fotos son el espejo del alma y en mi caso es la forma de ver cómo la decadencia va llegando.

Cada mañana, al mirarme al espejo, contaba los pelos que quedaban entre mis manos tras pasarme los dedos por la cabeza. La verdad es que con solo 20 años, ya comencé a notar entradas cada vez más marcadas, y a los 25 años, la coronilla comenzaba a clarear peligrosamente. Era la típica frase o chiste que me hacían: “que se te ve ya el cartón”.

La verdad es que lo intenté todo. Comencé con los famosos champús milagrosos, de esos que vendían hace años los vendedores de crece pelo, vitaminas, masajes en el cuero cabelludo, remedios caseros… pero nada detenía lo inevitable. Al llegar a los 30 años, como os digo, el espejo me devolvía la imagen de lo que era: un hombre calvo. Era el fin del combate, estaba claro que la alopecia había ganado la batalla.

Vete a Turquía

Y fue entonces cuando empezó el bombardeo de consejos. Y es que en este tipo de cosas todo el mundo da consejos. Aunque no hayan visto un pelo en su vida son capaces de darte todo tipo de consejos. Es lo que yo llamó “el cuñado del pelo”. Pues así comenzaron las frases como

  • — «Amigo, vete a Turquía, ahí te hacen magia.»
    — «Conozco a un primo que fue y volvió con pelo de futbolista.»
    — «Mira en Instagram, todos los influencers lo hacen.

Seguro que si has pasado por esta historia, sabrás de lo que estoy hablando. La verdad es que la moda de irse a Turquía nos hizo mucho daño a los que somos calvos. Primero fueron los futbolistas, luego los actores, y así pasó al común de los mortales. Toda una moda.

Parecía que el mundo entero estaba de acuerdo en una sola cosa: si yo querías recuperar mi cabello, la respuesta estaba en Estambul. Yo la verdad es que nunca estuve convencido, porque siempre he pensado que no tienen la calidad de los profesionales. No me apetecía viajar solo, me asustaban las clínicas desconocidas y, sobre todo, quería algo más cercano. Son tantas bromas las que hay, que uno ya no se cree nada.

Hasta que un día, navegando en Internet, encontré una clínica en Sevilla de esas que sí te dan confianza. ¿Un injerto capilar sin necesidad de cruzar medio mundo? Parecía demasiado bueno para ser verdad. Pero lo fue. Pedí cita y, tras una consulta con el equipo médico de la clínica Kalón lo que hizo fue que me transmitió confianza, decidí dar el paso. Ahora sí que estaba confiado y con ganas.

La operación fue sencilla. Unas horas en el quirófano, unos días de incomodidad, y luego… paciencia. Y es que si algo se necesita en esta operación es paciencia. El cambio no fue inmediato. Hubo semanas de dudas, meses de espera, pero también tiempo de esperanza. Hasta que un día, sin darme cuenta, me miré al  famoso espejo y me sorprendió: mi pelo volvía a estar ahí. Os juro que se me cayeron las lágrimas.

Sonrisas y lágrimas

Pero lo mejor no era el reflejo, sino cómo me sentía. Ahora ya me notaba más seguro, más atractivo, más lo que yo había sido siempre. Pasé de no quererme fotos ahora a hacerme a todas horas. La calvicie había sido mi complejo más grande, y al superarlo, sentí que podía con todo. Y la verdad es que todo en mi vida cambió, desde lo profesional hasta lo sentimental, y por supuesto, lo social.

Años después, ahora soy otro. Más feliz, más fuerte, con más fuerza. Eso sí, ahora, cuando alguien me pregunta si se ha hecho un injerto, siempre hago lo mismo. Lo primero una sonrisa y luego les salto: «Sí. Pero no en Turquía, en Sevilla.»  La cara de mis amigos es un poema.

Y, por primera vez en mucho tiempo, me da igual si alguien me mira la cabeza. Al revés, soy el hombre más feliz del mundo  y todo gracias a esos pelos por eso entiendo que mucha gente quiera cruzar el mundo para tenerlo, pero ya os digo que si estás en España, no hace falta que cojas un avión.

 

 

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